Recuerdo como si fuera hoy aquel día lluvioso en el que mi hija llegó del colegio desconsolada: “Mamá, me mentiste. Vos me dijiste que yo era la más linda del mundo y Josefina me dijo que no es cierto, que ella es la más linda… Se lo dijo su mamá”. Dudé un instante antes de contestarle. Entonces, la abracé fuerte y le dije: “Mamá no miente. Lo que ocurre es que cada una ve a su hija como una princesa”.
Este ejemplo, que parece inocente e infantil, esconde un aprendizaje básico: la autoestima de nuestras hijas depende, sobre todo, de nuestra mirada. Si nos ocupamos de convencerlas de que son bellas, así se sentirán. Si, por el contrario, ocupamos nuestro tiempo marcándoles sus defectos… el resultado dejará mucho que desear. Esto no quiere decir que tenemos que omitir el medio vaso vacío (ya sabemos que nadie es perfecto), sino priorizar el medio vaso lleno para que el día de mañana esa niña se transforme en una adolescente segura de sí misma.
“La madre, o la figura que la represente, es el primer modelo de identificación de toda mujer; por eso, resulta básico en la construcción de la autoestima”, explica la licenciada en Psicología Ernestina Arhancet. Es el primer modelo de femineidad, el ejemplo a seguir, y la máxima responsable de la transmisión de valores y de aliento primero, y de contención después.
Hoy, ayudar a construir la autoestima de nuestras hijas parece una tarea titánica. Los estímulos externos hablan de un único estándar de belleza: la mujer flaca, alta, casi sin curvas. Algo bastante alejado de las redondeces del físico infantil y hasta adolescente.
De hecho, un estudio reciente de la empresa de cosmética Dove reveló que “el 92% de las adolescentes de 15 a 17 años de todo el mundo desean cambiar al menos un aspecto de su apariencia física, entre las que el peso corporal es el principal, y que el 14% de las mujeres y el 19 % de las adolescentes asumen tener baja autoestima”.
Los problemas
“Vivimos en un mundo donde los valores giran alrededor de la imagen. Cuando nos encontramos con alguien por la calle lo primero que le decimos es ‘¡Hola, qué flaca estás! ¿Cuánto bajaste?’. La flacura es un elogio, el máximo galardón. En los colegios pasa lo mismo. Las chiquitas de 10 años ya no sueñan con ser doctoras, ni maestras, ni bailarinas. Sólo quieren ser flacas; y las de 15 negocian la mítica fiesta de vestido largo a cambio de una nueva nariz u operarse las lolas”, denuncia Mabel Bello, medica psiquiatra, fundadora de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (ALUBA).
En esta catarata de mandatos culturales, todas nos vemos casi arrastradas hacia un mundo de formol, donde la vejez es mala palabra en vez de ser fuente de infinita sabiduría. “En las consultas lo que más abunda son madres que no desean envejecer. Se desesperan, no quieren aceptar el paso del tiempo y no dan protagonismo a las más jóvenes. Se ven muchas mujeres de 50 preocupadas por el tamaño de sus ‘lolas’ o que se ponen la misma ropa que usan sus hijas. No aceptan que es tiempo de cultivar valores espirituales, más relacionados con la verdad de quien uno es, con la madurez y la sabiduría. Observamos a muchas famosas con esta actitud”, dice la psicóloga Arhancet.
Salir del mandato
Si educar siempre ha sido una tarea ardua, hoy, con este patrón cultural, pareciera haberse vuelto mucho más difícil. Hay un alto nivel de exigencia tanto por parte de las madres como de la sociedad. Desde el lado de las madres, porque aunque no lo digan, ese miedo a envejecer o ese creer que lo máximo es estar flaca generan presión, una presión que muchas veces frustra, produce depresión y síntomas como la anorexia y la bulimia.
En una Reunión Cumbre de Ejemplos a Imitar entre Madres e Hijas, celebrada en los Estados Unidos, se llegó a la conclusión de que “la hija imita lo que ve en su madre”.
Hoy por hoy, vemos a muchas niñas y adolescentes con síntomas de baja autoestima, porque al no poder cumplir con los lineamientos fijados, se tiran abajo. Los primero síntomas son el aislamiento: el no juntarse con las compañeras para evitar una competencia que presagia fracaso.
Los trastornos de autoestima se empiezan a transmitir desde la niñez. Desde los 0 a los 3 años, cuando la mamá cobija y se convierte en la fuente inagotable de seguridad por el afecto que brinda, hasta después, a lo largo de la vida. A partir de los 4 años es fundamental decirles a los chicos que son importantes”, asegura Arhancet. “Siempre les recomiendo a las madres lo siguiente:
1) No critiquen a sus hijos porque, seguramente, bajarán su autoestima. En lugar de decirle a un hijo: ‘Sos siempre el mismo desordenado’ , un tipo de frase que hace a la identidad que enrola, podemos sugerirle: ¿Qué tal si ordenamos el cuarto?;
2) No especifiquen sus críticas a distintas partes del cuerpo porque, seguramente, van a tener vergüenza de sí mismos y les va a costar la interacción con otros;
3) No comparen a sus hijas con otras. Frases como ‘qué lindas son las piernas de Fulanita’ puede hacerles sentir que las de ellas son feas. Después no podemos quejemos si comen con culpa o a escondidas;
4) No les demos una conferencia sobre qué deben comer si después les ofrecemos comida chatarra porque es más fácil no cocinar, o nos ven a dieta y de mal humor. En la teoría, escuchan hablar de la comida sana pero, en la práctica, se encuentra con otra realidad, y eso no es coherente. Aunque las mamás lo hacen con la mejor intención, los chicos pueden desarrollar conductas poco sanas”, explica la doctora Bello.
Isabel Martínez de Campos
para Revista Sophia
Un imagen eterna
La mamá o la figura femenina que la represente constituye el modelo de identificación primaria. En los primeros tres años de vida, quien ha tenido una mamá que lo alimentó física y espiritualmente se siente seguro. Esto es así para los varones y las mujeres. Después de los 3 años, la hija empieza a imitar a la madre: se siente princesa, se viste linda.
Luego empieza a fijarse en el padre; comienza, de alguna manera, a enamorarse. Para lograr su autoestima tiene que conquistarlo y deberá competir con la madre. Si la mamá es egoísta, infantil, narcisista e inmadura, intentará seguir siendo la protagonista en los afectos. La madre madura y con alta autoestima dejará que su hija desarrolle sus propios logros. Este vínculo con la madre desaparecerá cerca de los 7 años, cuando la hija empieza a mirar más a las amigas, y vuelve a aparecer en la adolescencia,” explica Ernestina Arhancet .
Cifras que alarman
El 51% de las mujeres expresa su deseo de que sus madres les hubiesen hablado más seguido acerca de la belleza y la imagen corporal cuando estaban creciendo.
El 79% de las mujeres acuerda en que se necesita comenzar a hablar de belleza real cuando las chicas son muy pequeñas.
El 67% de las mujeres evita ciertas actividades porque se siente mal con su cuerpo.
(Fuente: Mirándonos, una guía para crecer juntas. porlabellezareal.com.ar)
Hambre de padre
Recientes investigaciones confirman la importancia del padre en la autoestima de la hija. Está comprobado que un padre ausente causa estragos en la psiquis de una niña. James M. Herzog es un psiquiatra y psicoanalista de la Universidad de Harvard que acaba de publicar un libro titulado Father Hunger (Hambre de padre). Allí aparecen numerosos testimonios de cómo las personas que no han tenido un padre presente emocionalmente cuando eran chicos tratan a lo largo de su vida de llenar ese espacio que quedó vacío. La ausencia de padre se extraña toda la vida y genera síntomas de autoestima baja, como agresiones contra el propio cuerpo –trastornos alimentarios, uso de drogas–, amores adictivos y otras manifestaciones patológicas.
Claves para que nuestras hijas vivan con autoestima positiva
•Tener presente que ella es otra persona, independiente y distinta de nosotros.
•Ofrecer una seguridad basada en la coherencia: la coincidencia entre lo que se enseña y lo que se hace.
•Hacerla sentirse observada y comprendida, y transmitirle que es una persona única e irreemplazable.
•Amarla desde la expresión verbal, mostrándole el gozo que nos produce su existencia. El tacto es el gesto esencial para que se sienta querida. Hay que besarla y acariciarla no sólo cuando es bebé, sino también cuando rechaza esa muestra por pudor.
•Aceptarla tal como es. Sólo de esta manera aprenderá a aceptarse.
•Respetarla tal como es.
•Marcarle límites razonables, justos y negociables.
•Plantearle normas y expectativas elevadas respecto de su comportamiento y rendimiento. No una actitud del “todo vale”, pero tampoco un “no valés”.
•Elogiar y criticar su conducta, nunca a su persona. Cuidar el lenguaje, que puede resultar muy negativo, aunque parezca superficial y efímero.
•Motivarla a tomar decisiones, a experimentar, a asumir riesgos y a responsabilizarse por éstos. No privarla de cometer errores.
•Si estamos con personas que no nos aceptan, que nos ponen condiciones para querernos, eso disminuye nuestra autoestima. Si nos valoran por nuestros logros, nuestra belleza, nuestra simpatía, nuestras posesiones... seguramente no saldremos muy bien parados.
Aprenderemos a desvalorizarnos.
(Fuente: Marta Trica, licenciada en Psicología, Centro Orientar)