Ser madre o padre de un adolescente es una tarea por demás compleja. Tratar de cuidarlo, sin que se sienta sobreprotegido es complicado. Muchos padres y madres reviven su propia adolescencia y, por este motivo, no buscan establecer límites claros a sus hijos, cuando éstos en realidad los necesitan para construir su propia identidad y para no correr riesgos innecesarios en el transcurso de sus años de adolescencia. También, frente al cansancio cotidiano y a la difícil tarea de dialogar con adolescentes, los padres y madres suelen tener un “sí” fácil y evitan pedir demasiadas explicaciones.
Los padres y madres experimentan miedos cuando sus hijos adolescentes salen de noche y se despiertan angustiados pensando dónde estará, con quién y haciendo qué. La angustia suele ser un sentimiento improductivo si permanece en este estado. Es un sentimiento pasivo que debe trocarse en una acción positiva para solucionarlo. No hay que pasar la noche angustiados. Hay que preocuparse y ocuparse de sus hijos durante el día, dialogando los temas tabúes y tratando de ayudar mediante una educación adecuada a los tiempos que corren. Los temas que no se hablan en casa, se terminan hablando en otros ambientes, y con personas que posiblemente no tengan el conocimiento preciso. Usualmente los adolescentes buscan información por Internet o charlan con sus pares y, en muchos casos, adquieren datos erróneos o equivocados sobre temas sumamente importantes, ligados a su salud y a su formación como personas adultas.
El diálogo intergeneracional entre padres e hijos siempre presenta y presentó dificultades. Era difícil hablar ciertos temas con los padres y parece más difícil ahora hablar los mismos temas con los hijos. Los adolescentes presentan un imaginario cargado de sentimientos de omnipotencia y el “A mí no me va a pasar” se mezcla con el “Me sé cuidar sólo, ya soy grande”, pero, y pese a ello, no hay que dejar de intentar establecer diálogo. Por otro lado, el adolescente, eterno “rebelde sin causa”, necesita límites y es necesario que los encuentre. Estos tienen que ser claros y también tienen que estar ampliamente justificados por argumentos sólidos. No debe ser un “Porque yo lo digo, porque soy tu padre” sino que debe haber una clara explicación de los motivos que llevan a ese terrible “No”. La comprensión del no, no suele ser fácil, sobre todo “Si todos mis amigos lo hacen”, “Si a los papás de mis amigos no les importa”. Vivimos en una sociedad que se caracteriza por el riesgo, no sólo ligado a la inseguridad, sino a las incertezas e incertidumbres ligadas a las experiencias cotidianas. Los riesgos existen. Los miedos se vinculan a la existencia de riesgos reales. Pero el mayor riesgo es la ignorancia, tanto de ciertos temas tabúes por parte de los hijos, como de las actividades y hábitos de sus hijos por parte de los padres. “No hay más ciego que el que no quiere ver”, dice un refrán que condensa la sabiduría popular, propia del sentido común.
Los adolescentes corren riesgos, ya sea ligados a las drogas, al sexo sin las precauciones imprescindibles, al conducir en estado de ebriedad. Pero el principal riesgo es que sus padres no sepan colocarse en su función de padres, es decir, delimitando claramente un mapa de posibles e imposibles.