Ella nos contó que “cuando un bebé está en brazos de la mamá es como si tuviera una placenta externa, una envoltura multisensorial que lo protege de la luz, los olores, los ruidos distintos, a la vez que le permite sentirse cómodo con el olor, los sonidos y el calor que tanto conoce desde el vientre materno”.
Un bebé de pocos meses no tiene capacidad de “manejarnos”, como creen quienes nos aconsejan que no los tengamos a upa o quienes piensan que pueden convertirse en pequeños tiranos de un día para el otro. Para Graciela Basso, hay que hacer todo lo contrario: tenerlos a upa y abrazarlos cada vez que lo requieran. “En el momento en que se corta el cordón umbilical, no se corta el vínculo entre la madre y el bebé –dice la pediatra–. Por el contrario, todo lo que podamos hacer para alimentar y fortalecer el vínculo es bienvenido.
No es malcriado un niño pequeño que prefiere estar más cerca del cuerpo de su mamá. Si a ese bebé que estaba dentro de la panza, calentito, flexionado, con agüita, a los pocos días ya le estamos pidiendo que duerma solo en la cuna, hay algo que no estamos entendiendo. Justamente, el niño que recibe el contacto que necesita y que se siente entendido va a aceptar la cuna libremente después de un tiempo.
El cerebro del niño pequeño todavía es muy inmaduro para asimilar normas de educación”, asegura. ¿Por qué es tan importante no poner límites a este contacto fundamental? Hoy, así como se sabe que no hay leche artificial que reúna los beneficios de la leche materna, ni CD de estimulación o música que sustituya la calidez de la voz de las mamás, también se comprobó que no hay mejor refugio y estímulo para el bebé que pasar los primeros meses de vida muy cerca de la mamá. Con el abrigo de ese cuerpo amado, los recién nacidos se sienten más protegidos y seguros. Y eso les permite desarrollar una seguridad emocional que sentará las bases sobre las que se construirán sus relaciones futuras.
Tan importante es este primer contacto para los chicos que trasciende la figura de la madre. “Para el bebé, lo mejor es estar siempre cerca de la mamá. Pero si ella está deprimida, queda internada o está inhabilitada por algún motivo –dice Basso–, debe haber alguien que cumpla ese rol. En esos casos, el papá, una abuela o una tía pueden permitirle al bebé desarrollar ese apego que será la columna vertebral de la formación de su psiquismo”.
Cuerpo a cuerpo
Hoy en día, entre los accesorios para el bebé que existen en el mercado, hay uno que favorece especialmente ese contacto cuerpo a cuerpo tan beneficioso. Se lo conoce con el nombre de wawita y, con la forma de un pañuelo portabebés, propone una experiencia similar a la que tienen las mamás canguros que llevan a sus crías muy cerca. “Este método, que había dejado de usarse, ahora se valora mucho. Con la ayuda de una wawita o una mochilita, se puede tener al bebé sobre el pecho, hecho una ranita, y sostenerlo como lo sostenían en las civilizaciones antiguas.
El niño que está cerca de mamá mientras ella viaja, trabaja o hace las tareas de la casa –aunque sólo sea a la mañana o la noche, o los fines de semana– será un bebé más tranquilo y seguro,” explica. Esta comunión nos permite conocer más al bebé y poder escuchar o “leer” mejor sus demandas y necesidades. Una madre que conoce a su hijo y apela a su instinto es también una mamá más tranquila y segura.
Por eso es que Basso nos recomienda reconocer las señales que nos dan nuestros bebés: “A través de los diferentes tipos de llantos, podemos saber si les duele algo, si tienen sueño o hambre, o si es hora de cambiarles el pañal. Hay que estar muy atentos a la mirada de los bebés: si están interactuando con algo deben mirar eso y no hacia los costados. La sonrisa también es una señal que aparece desde los dos meses. Más tarde, los bebés sostienen la cabeza y son más interactivos; uno les habla y abren la boca; siguen la cadencia y la voz de la madre. Tal vez, en lugar de la cuna sofisticada o la mamadera más cara, es más importante estar pendiente de esto que no es ni más ni menos que la capacidad de entender al otro”, explica
Los ritmos del cuidado
Una vez que el chico comenzó a alimentarse bien, aparece la necesidad de adquirir hábitos de sueño para que pueda diferenciar el día de la noche, y la vida familiar empiece a encontrar un equilibrio. Desde un primer momento, es fundamental darles una organización clara. Si establecemos rutinas, en poco tiempo veremos que nuestro hijo agradece ese ritmo y está más tranquilo. Por eso, a la libertad para dar afecto hay que sumarle una rutina determinada.
“Durante el primer año de vida no se puede disciplinar al bebé, pero hay que establecer ritmos claros: podemos bañarlo a un mismo horario, ponerle una determinada música, ayudarlo a dormir en su cuna o que vuelva a dormirse cuando se despierta. Hay padres que vienen al consultorio y me dicen: ‘Yo lo llevo, lo traigo, lo pongo en la camioneta, vamos para acá, para allá’. Entonces, el chico duerme mal y ellos se quejan. El sistema nervioso permite discernir, y para que el niño pueda discernir, tiene que tener un cierto grado de anticipación, que se lo brinda la relación con su familia y las rutinas”.
Bajando las exigencias
Todas las mamás que hayamos atravesado el puerperio y esos primeros días en los que no dormímos bien, atentas a que el bebé se alimente, al llanto o a los cólicos, nos sentimos identificadas cuando Basso dice que en medio de ese proceso inicial, sobreviene una etapa de locura que, afortunadamente, resulta normal y transitoria. “La demanda para las madres en los primeros meses de vida es enorme y se viven muchos cambios –explica la especialista–. Debe adaptarse el ritmo del bebé, a la lactancia, a las pocas horas de sueño. Cada una de estas situaciones genera un cambio en el estado emocional.
El pediatra y psiquiatra Donald Winnicot decía que la mujer, en las primeras semanas de vida del bebé, experimenta una ‘locura normal’ porque, ¿quién elegiría estar encerrado cambiando pañales y dando el pecho cada tres horas, todos los días?
Hay mamás que sienten que esa situación no va a terminar nunca, pero hay que llevarles un mensaje tranquilizador porque hacia los cuarenta días la mamá y el bebé logran acoplarse y todo empieza a normalizarse”, dice Basso. A estos cambios hay que sumarle la exigencia que tienen algunas mujeres de volver a trabajar, pasados los tres meses. “Hay mamás que no pueden dejar de trabajar, y están las que se sienten atrapadas en esa locura transitoria que se establece con el bebé y quieren salir de esa situación aun con el costo de extrañarlo. En estos casos, yo les recomiendo que cuando se sientan cansadas, se tomen un respiro para volver a casa con otros aires y otro brío”, dice la pediatra. Aun así, el consejo para todas es que se dediquen a los primeros meses de vida de sus hijos y los disfruten.
“El mejor mensaje que les puedo transmitir a las madres es que busquen la manera de estar la mayor cantidad de tiempo posible con los chicos porque lo que hacemos durante el embarazo y los primeros meses del bebé es fundamental. Esto no significa estar con ellos las 24 horas, sino intentar bajar un poco las exigencias en el trabajo, siempre y cuando la familia pueda satisfacer sus necesidades materiales. Hablo de tomarnos una pausa más amplia o de escuchar, mientras estemos en casa, esas señales y demandas de las que hablábamos al comienzo. Nuestros hijos esperan nuestra mirada y nuestros brazos tanto como el alimento o el baño caliente antes de dormir.
Lo que podamos hacer con ellos durante el primer año de vida va a ser clave mientras crecen. El tiempo pasa rápido y en la medida que hayan tenido contacto físico y se sientan contenidos, van a ser menos demandantes y más seguros. Entonces, nosotras también aprovechamos esta etapa. No va a pasar mucho tiempo para que esos mismos bebés que lloraban para que los alzáramos empiecen a caminar solos y dejen de pedirnos upa”.
La figura fundamental
La necesidad del bebé de estar próximo a su madre, de ser acunado en brazos, protegido y cuidado fue estudiada científicamente por el psicólogo John Bowlby, quien, a partir de su trabajo en instituciones con niños privados de la figura materna, formuló la teoría del apego. Según esta teoría, el estado de seguridad, ansiedad o temor de un bebé es determinado por la capacidad de respuesta de su principal figura de afecto (la madre o la persona que esté a su cuidado), y en la medida en que eso esté garantizado, el niño podrá establecer apego, apoyarse y, a la vez, abrazar a otros a lo largo de la vida. Sin esa figura inicial, es difícil que una persona pueda comprender y ponerse en el lugar de los demás.
La lactancia y el sueño
La doctora Basso nos dio su mirada sobre el sueño y la alimentación, dos de los principales temas que nos preocupan a las mamás. Acerca de la lactancia nos dice: “Hay mujeres que nacieron para amamantar y les va fenómeno, y otras a las que no les va tan bien y no tienen que sentirse mal por eso. La lactancia es muy compleja y no depende de decir: ‘Yo quiero y le voy a dar’.
La leche materna es ideal: no es costosa, sirve para poblaciones que no tienen recursos, favorece el contacto piel a piel con la madre. Es lo mejor, pero a veces lo mejor es enemigo de lo bueno. Si una mamá le da el pecho a su hijo tres o cuatro veces por día, y una mamadera relajada y tranquila mirándolo, es mejor que estar abrumada, mirando para otro lado y llorando porque está todo el día con el bebé en el pecho y el chico no toma. Ser extremista no es bueno. Si una mujer tiene el don de poder alimentar a su hijo con el pecho fácilmente, debe aprovecharlo. Si no, debe aprovechar a su hijo que está ahí, mirándola y esperándola”.
Sobre el sueño, nos cuenta: “Durante los primeros cuarenta días, hay bebés que, si nacieron con buen peso, pueden llegar a dormir seis horas, pero hay otros que no lo logran. También es normal que se despierten en el medio de la noche porque tienen hambre. Mientras duerme, el bebé tiene un estado de conciencia más superficial y otro más profundo y, por eso, a veces se mueven o llorisquean pero en realidad están dormidos. Sin embargo, hay madres ansiosas que interpretan que están llorando porque están despiertos y los levantan, les dan de comer, les cambian los pañales y terminan despertándolos. A veces, es mejor acariciarlos, ponerles la mano encima y dejar que sigan durmiendo. A partir de los seis meses, cuando incorporan alimentos sólidos, empiezan a tener un ritmo más parecido al de un niño y, entonces, podemos esperar que duerman toda la noche”.
Fuente: Revista Sophia del mes de junio.
www.vivisophia.com