Esta manifestación exacerbada de las defensas del cuerpo hacia un componente de la leche de vaca se controla perfectamente luego de su diagnóstico, pero puede llegar a representar un obstáculo importante para el crecimiento y desarrollo del niño si no se controla.
Se evidencia a través de la aparición aislada o múltiple de síntomas poco específicos (diarrea, vómitos, constipación, irritabilidad, rechazo por el alimento, picor, otitis, enrojecimiento y descamación de la piel, alteraciones respiratorias, entre otros), que puede darse de manera inmediata o no luego de la ingesta de leche o derivados.
Debe diferenciarse de la intolerancia a la lactosa, que se observa más frecuentemente en adultos y presenta también síntomas gastrointestinales inmediatamente después de la ingesta. Ésta alteración se da por una dificultad para digerir la lactosa (el azúcar de la leche).
Existen causas genéticas y medioambientales que predisponen al desarrollo de la APLV. Los niños con antecedentes de padres alérgicos, así como los que no son amamantados, tienen más probabilidad de tener la enfermedad. Por lo tanto, la lactancia materna actuaría como un factor de protección. Aún así, existe una pequeña proporción de niños amamantados que también presenta APLV. Los niños con predisposición genética que no pueden ser amamantados deberían alimentarse con fórmulas hipoalergénicas de prevención durante los primeros años de vida.
La detección de la enfermedad, que deberá ser siempre evaluada por el pediatra, es diferente dependiendo si el niño es amamantado o no. En el primer caso la madre debe seguir una dieta sin proteína de leche de vaca correctamente supervisada por el médico para evitar déficits nutricionales. En el segundo caso, se utilizarán fórmulas especiales para el diagnóstico y tratamiento de la APLV. Si el niño mejora luego de cierto tiempo, se vuelve a introducir el alimento y se observa si reaparecen los síntomas. Si es así, se confirma el diagnóstico y el niño debe continuar con la forma de alimentación indicada durante la detección a lo largo de un año por lo menos.
Generalmente, la mayoría de los niños con APLV resuelven su enfermedad alrededor de los 3 años de edad, momento a partir del cual ya pueden volver a una alimentación normal. Esta situación requiere de un cuidado especial de los padres respecto de la alimentación del niño, pero el pronóstico de recuperación sin ninguna secuela, en el caso de que sea oportunamente tratado, es muy alentador.