Hace muchos años, cuando todavía no era madre (ni estaba todavía en mis planes serlo) tuve en mis manos un libro cuyo título era: ¿Cómo NO ser una madre perfecta? Era un libro de autoayuda (de esos que no vale la pena leer), que lo mejor que tenía era el título. Llamó mi atención y lo recordé años más tarde, cuando comencé mi trabajo con pacientes que padecen ansiedad y se encontraban en la difícil tarea de ser madres. Copio el título para este artículo, con la intención de que recuerden el tema de la misma manera en que lo hice yo…
¿Qué es ser perfeccionista?
Las mujeres con una marcada tendencia al perfeccionismo, suelen ser hipercontroladoras, temerosas y ansiosas. Quieren hacer “todo bien” por miedo al fracaso y a desilusionar a los demás. Muchas veces, el perfeccionismo también tiene su fuente en patrones de preocupación excesiva.
Lo paradójico es que el perfeccionismo es un rasgo de personalidad que, muchas veces, está bien visto y valorado por la sociedad, y por ende, es reforzado. Las personas perfeccionistas suelen tener un marcado sentido de la responsabilidad y los compromisos, y suelen ser altamente confiables en todo lo que hacen. Valoran el trabajo arduo, el esfuerzo y la perseverancia.
¿por qué cambiar?
Porque nos demanda un costo muy alto de energía y autoexigencia, que nos impide disfrutar de la maternidad y de la vida en general.
Perfeccionismo y maternidad
El perfeccionismo junto con el puerperio, son una mezcla explosiva. La vocecita interna que nos incita a hacer todo (y todo bien), más las hormonas revolucionadas por el embarazo, el parto y la lactancia, junto con la responsabilidad y la demanda continua del recién nacido, nos ponen en riesgo de estar severamente presionadas y bajo un gran nivel de estrés.
¿Por qué el perfeccionismo agobia a la madre?
La creencia errónea de que hay que ser perfectas para ser exitosas (en nosotras, como madres… y por ende, en los niños, como hijos) alimenta el perfeccionismo llevándolo a extremos patológicos.
El perfeccionismo nos agobia porque marca todas nuestras acciones, dejando una huella emocional muy fuerte, caracterizada por la sensación de que los demás nos miran y nos juzgan, y de que sus opiniones son más importantes que las propias.
El perfeccionismo nos agobia porque no nos permite delegar y pedir ayuda, algo tan importante en un momento de la vida que es tan necesario. La madre perfeccionista es la única que sabe cómo se coloca un pañal de tal manera que no se pase, es la única que sabe exactamente a dónde va cada cosa, es la única que sabe qué remera combina con qué pantalón, etc.
Mientras tanto, en el consultorio, escuchamos a las pacientes repetir una y otra vez la frase: “Esto (la maternidad) no es lo que yo esperaba”.
La expectativa lo es todo…
El perfeccionismo se basa en una expectativa irracional, en donde la mujer espera de sí misma ser “la madre ideal” que inventó como concepto, desde el primer día en que nace el bebé. Cada vez que esta idealización no se cumple, la mujer siente enojo, culpa y decepción por no alcanzar esa meta. La realidad es cruda y dolorosa para estas madres, ya que las metas suelen ser tan difíciles de alcanzar, que se agotan por correr en el camino, sin poder disfrutar del paisaje.
Las mujeres nos estamos enfermando por perseguir la perfección, lo que no existe, lo que nosotras inventamos. Después de todo, quién sino nosotras, somos las que decidimos qué es perfecto y qué no lo es, y las que vamos moviendo la vara a medida que vamos llegando, porque siempre, siempre “hay algo mejor”.
Debido a esto, muchas mujeres-madres padecen trastornos de ansiedad y depresión. Están sobreexigidas y presionadas. Se sienten fracasadas y angustiadas por no alcanzar sus expectativas, que son totalmente irracionales.
¿Y cómo influye nuestro perfeccionismo en los niños?
Cuando les mostramos a los chicos que hay que hacer todo perfecto, indirectamente les estamos enseñando que los errores son inadmisibles. El miedo a equivocarse y a ser juzgados o criticados también están encubiertos en este mensaje. Los chicos aprenden a no aprender de los errores, porque “si me equivoco está mal”, lo cual los limita en la vivencia de experiencias enriquecedoras y fundamentales para su desarrollo.
La madre perfeccionista tiende a ser estructurada. No hay grises, las cosas son blancas o negras, están bien o están mal. Como consecuencia, los niños crecen con una marcada tendencia a la autocrítica excesiva, sintiéndose muchas veces inadecuados y emocionalmente vacíos, por no lograr los máximos estándares impuestos.
En cambio, la flexibilidad nos permite educar a los niños bajo nociones importantes tales como el poder aprender de las equivocaciones, el tener segundas oportunidades, el que las personas “vamos mejorando” con la práctica, y el que no hay que temerle a los desafíos.
No necesitamos ser perfectas para ser buenas madres ni buenas mujeres. Nuestros hijos nos necesitan imperfectas y humanas. Y sobre todas las cosas, sanas. ¿Acaso no somos nosotras, las madres, las entrenadoras emocionales de nuestros hijos?
Lic. María Cecilia Veiga
Psicóloga - MN 52.598 - Co-directora de ProMamás
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