Las citas a ciegas eran muy comunes allá por los ochentas y noventas. Una se preparaba para encontrase con otro al que nunca había visto, del que había escuchado sólo comentarios, (en esa época no existían las redes sociales virtuales que hoy permiten conocer las caras de quién busquemos), el típico “es re-simpático” que despertaba las mayores dudas y sospechas de qué se encontraría una al abrir la puerta. Y nunca faltaba la expectativa de que resultara ser el “hombre de los sueños”, el “ideal”, que además de simpático fuera buen mozo, seductor, divertido y al menos algo rico. O de que esa noche termináramos enamoradas y perdidas en los ojos de aquél galán. Generalmente las veces que eso sucedía, el príncipe azul no volvía a llamar nunca más. O al revés, el galán resultaba ser un sapo, que encima no paraba de insistir para volver a salir. En fin entre ilusiones y desilusiones llegaba el día en que finalmente dábamos con él, que ni príncipe ni sapo había logrado captar nuestro corazón.
Y no se trataba de citas a las que uno acudía así no más, no. Circulaban entre los amigos tips y consejos de los más variados, cuya intención era poder sortear con gracia las más diversas situaciones que podían suscitarse en un encuentro con un desconocido. Qué ponerse, cómo mirar, qué preguntar, cómo bailar, qué decir y después de la cita cuántos días debían pasar antes de volver a llamar, cuántas veces más salir, etc., etc.Hoy este tipo de citas se encuentra prácticamente en extinción, para muchos casos, gracias a Dios.
Pero hay un encuentro que se le parece mucho, por la carga de expectativas, ideales, sueños, dudas y miedos. Se trata del encuentro con el hijo recién nacido, y no hablo sólo del primer bebé sino de cada nuevo retoño. Hoy podemos más o menos ver cómo será su cara, su genética, el largo de su fémur, pero no dejan de ser imágenes borrosas que poco nos dicen de cómo será él, ni de ese tan anhelado encuentro. Como para las otras citas, para ésta, madres y padres contamos con una lista inmensa de consejos que otros “más experimentados” nos ofrecen tan generosamente (¡y a veces cargosamente!), con el objeto de que también sorteemos con destreza las variadísimas situaciones que nacen del encuentro con nuestro pequeño desconocido.
Pero más allá de todo consejo, utilísimo por supuesto, nos hallamos con que ese encuentro es único e irrepetible, y nadie puede saber cuántas emociones, ideas, pensamientos pueden nacer de él, no hay modo de sabérselas todas antes de que éste suceda. Sin duda todo aquello que fuimos escuchando mientras nos preparábamos para tan inmenso acontecimiento nos sirve de marco para ir encontrando nuestros propios consejos, nuestros propios tips, porque ¡vamos!, no se trata de sabérselas todas sino de poder abrir los poros para poder captar lo que allí está pasando, y nos está pasando, de percatarnos de las propias ilusiones puestas en juego y ¡de las desilusiones también!
Porque en estas citas también el romanticismo a veces se da de bruces con la realidad, sueños cumplidos y realidades a las que hay que acomodarse, y es ese mismo derrotero lo que permitirá que podamos apropiarnos de esa experiencia, imprimiendo nuestro sello particular que nos habilitará a hablar de nosotros mismos y que irá dando forma a una relación única y verdadera, a un ser irrepetible y auténtico. A este tipo de citas vale la pena asistir y dejarnos capturar por este, nuestro pequeño desconocido.
Lic. María Pía Fragueiro (Psicóloga)
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