En un artículo anterior, comparamos el primer encuentro con el bebé a una “cita a ciegas”. Es importante saber que lo que sigue después a esa primera vez se aleja casi por completo a la referencia de un encuentro de pareja. Por el contrario, la relación con el bebé es absolutamente asimétrica, ya que se trata de un adulto -con su cabeza más o menos armada- y un infante con todo un potencial por desarrollar, vulnerable y dependiente. ¡Sí, sí claro, ya varias estarán poniendo el grito en el cielo pensando que con su “Romeo” la cosa es más o menos así, pero, ¡eso es otro asunto!
Aunque con tu hijo recién nacido, se trate de otra cosa, “el amor a primera vista” también se pone en juego. Si bien es esperable que ese enamoramiento se dé desde un principio, también es cierto que muchas veces se necesita tiempo para ser “conquistadas” y otras veces es necesario trabajar para que ello suceda. Porque en ocasiones deberán superarse algunos escollos que pueden venir en el combo de la maternidad: el duelo por la preciada independencia, encontrarse con lo que quedó de nuestro cuerpo, la novedosa relación con el tiempo, e infinitas cuestiones más, muchas veces inconscientes y en toda ocasión singulares, que son convocadas por la maternidad, que no siempre son sencillas de superar, ni de elaborar espontaneamente, y si se tornan muy difíciles siempre hay tiempo de pedir ayuda. Aclaro, no va de suyo que ese amor surja espontáneamente de las entrañas, nada hay, a nuestro entender, de instinto maternal.
A qué nos referimos con que el amor a primera vista también se pone en juego
Al hablar de vista, pretendemos resaltar un aspecto altamente comprometido en esta construcción. En el encuentro con su recién nacido, la mamá observará a su bebé real y verá si se acerca más o menos al bebé que había soñado. La relación entre la mamá* y el niño comenzará a construirse a partir de la mirada, la cual requiere cierta capacidad de asombro en la mamá y su disponibilidad para asimilar lo nuevo que él trae. Y a su vez, el chiquitín irá aprehendiendo el mundo a través de esa mirada materna.
Si esa mamá se enamora a primera vista de su niñito este se sabrá valioso y amoroso. Es que, en estos momentos, el amor entra por los ojos. En todos los casos, será necesario emprender un camino de re-conocimiento. Y esto es posible utilizando todos los sentidos, se lo mira, se lo huele, se lo acaricia, se lo escucha y se le habla. Se trata de un reconocimiento de lo propio en el hijo, conociendo lo propio del hijo. Es en esa mirada de la madre, la que ella le devuelve como un espejo, en que el niño se re-conocerá a sí mismo, en las caricias re-conocerá su cuerpo, en las palabras re-conocerá significaciones para poder ser.
Y si decimos que es asimétrica es porque la madre allí se encuentra como una directora de orquestas, o mejor dicho una intérprete, y el bebito como el conjunto de todos los instrumentos. La mamá, en respuesta a la multitud caótica de emociones que siente el bebé, irá donando en esos gestos, esas palabras y miradas, un orden y un sentido, jugando con los sonidos de todos esos instrumentos y de este modo procurará, por un tiempo, andar al mismo ritmo y así lograr cierta armonía. Esa es la magia del encuentro. Desde luego no se trata de un encuentro perfecto, no es sin desafinaciones, idas y vueltas. Requiere de un tiempo y tiene sus tiempos, como toda relación deberá irá construyéndose poco a poco. La mamá que logre mostrarse receptiva de las emociones y sensaciones que despierta y se despiertan en el niñito, cargándolas sobre sí y sea capaz de transformarlas en gestos aliviadores, ordenadores, allanará el camino para que ese pequeñito logre a su vez establecer una relación confiada y creativa con el mundo pudiendo, con el tiempo, andar a su propio ritmo.
*Al decir mamá me refiero a cualquier adulto que cumpla esa función, y no necesariamente ésta es cumplida por quién lleva ese título. El maternaje, podríamos decir, se juega en la mirada.
Lic. María Pía Fragueiro, Psicóloga.
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