Luciana, en primera persona
Seguramente conocés muchos casos de amigas, o amigas de amigas, de alguna vecina o compañera de trabajo que desde hace un tiempo busca un embarazo que no llega. Tal vez esto te pase a vos. No somos bichos tan raros, desafortunadamente, las que atravesamos esta experiencia: una de cada seis, o lo que es lo mismo, el 15 % según la Organización Mundial de la Salud.
Después de tener relaciones durante un año sin métodos anticonceptivos nos damos cuenta de que algo anda mal. Entonces corremos a los brazos de la medicina mientras escuchamos el tictac de nuestro reloj biológico y nos preguntamos por qué las cosas no son como en un cuento de hadas.
Llegan los tratamientos (de baja y tal vez de alta complejidad) y ponemos la vida y el cuerpo en función de poder cumplir ese deseo profundísimo, que sentimos como el más grande del mundo. Algunas tal vez lleguen a este punto después de perder uno o más embarazos.
Este suele ser el principio de muchas historias, como en mi caso y en el de otras nueve mujeres –todas muy distintas entre sí- a las que fui encontrando a medida que caminaba en busca de mi segundo hijo. Todas ellas aceptaron contarme sus experiencias de manera generosa. Con ese material y muchas emociones superpuestas escribí mi segundo libro, EL DESEO MÁS GRANDE DEL MUNDO. Testimonios de mujeres que quieren ser madres (Paidós), una “novela de no ficción” que muestra que no hay una sola forma de atravesar la infertilidad, que es un tema complejo, pero que escucharnos suele hacernos sentir más acompañadas.
Según la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva los tratamientos de fertilidad pasaron de 12 mil en 2012, a 20 mil -se estima- en 2015. Pasar por este lugar no es fácil. En ocasiones nos embarcamos en distintos análisis y tratamientos poniendo piloto automático a nuestra tristeza. Es la forma que encontramos para atravesarlo; pero poner el cuerpo no es inocuo. Naturalizamos la rutina como un acto de resistencia, pero lo que nos pasa suele desbordarnos por algún lado.
Como el tema todavía conserva cierto velo de tabú, porque atañe a nuestra intimidad y a la de nuestra vida de pareja, lo vivimos en privado, con cierta vergüenza, y lo hablamos solo en ámbitos muy íntimos. Pero el impacto es tan profundo que nos enfrenta a nuestros prejuicios y pone nuestro mundo patas para arriba, sea cual fuere el final.
Escribiendo este libro descubrí que la buena conversación entre mujeres es una fuente de sabiduría. De cada una de las mujeres que aceptó contarme su historia, aprendí algo. De Camila, su valentía para escucharse y expresar los miedos a través de su arte; de Natalia, su perseverancia y su buena fe; de Verónica, que es médica, su generosidad para sensibilizarse con lo que le pasa a otras, cuando podría haberse encerrado en una posición corporativa; de Andrea, su mirada en absoluto autocomplaciente y su firmeza para poner en cuestión ciertos lugares comunes del sexismo; de Eugenia, la seguridad para sostener sus deseos y valores, para sobreponerse y seguir adelante; De Victoria, su sinceridad, su optimismo a prueba de balas y su autonomía respecto al dogma de su iglesia que lejos de menguar, creo yo, acentúa su fe; de Silvia, su intrepidez y su fuerza; de Alejandra, su espiritualidad, su conexión con los saberes ancestrales femeninos, su capacidad para enfrentar el dolor sin evadirse ni hundirse en él; de Romina, su convicción, su resiliencia, su fe en que el amor todo lo puede.
Escuchar historias de otras mujeres que pasaron por la misma búsqueda nos ayuda a reconocernos, a sentirnos comprendidas, a saber cuáles son nuestras alternativas; nos permite tener nuevos puntos de vista y recursos que a otras les funcionaron “y tal vez a mí también” e incluso descartar otros porque “en mi caso no podría sostenerlo” o “no va conmigo”. A preguntarnos hasta dónde estamos dispuestas a llegar. Nos da permiso para sentirnos vulnerables, aceptar que no es un proceso fácil, que necesitamos contención, pero a la vez nos recuerda que millones de mujeres lo han vivido, que, sea cual fuere el resultado, no nos vamos a inundar o a hundir en esta experiencia. Y también, nos da esperanzas.
Luciana Mantero nació en Buenos Aires en 1977. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y periodista (TEA). Publicó Margarita Barrientos. Una crónica sobre la pobreza, el poder y la solidaridad (Capital Intelectual, 2011), libro por el que obtuvo una mención especial del Premio Estímulo TEA al periodismo joven y sobre el cual Ñ. Revista de Cultura opinó: “La autora escribe contra todos los lugares comunes con los que se suele signar la pobreza para dar cuenta de la realidad de un personaje a punto de ser domesticado por su imagen pública”.
El periodista español Jorge Carrión, autor de Mejor que ficción. Crónicas ejemplares (Anagrama), la considera junto con Josefina Licitra, Sanjuana Martínez, Gabriela Wiener, Magalí Tercero y Maye Primera una “cronista imprescindible”. El costo de las relaciones domésticas, que escribió junto con el sociólogo Santiago Canevaro, fue incluido en el libro Anfibia. Crónicas y Ensayos/ 1 (UNSAM Edita, 2015).
Sus textos han sido publicados en Viva, La Nación, Anfibia, Página/12, El Puercoespín, La Agenda, Miradas al Sur, entre otros medios. Ha colaborado con diversas radios, canales de televisión y ONG. En 2013 obtuvo el segundo premio, categoría Solidaridad Social, de los Premios ADEPA al Periodismo.