La Licenciada Marisa Russomando afirma que ésta es una consulta muy frecuente en el consultorio, sobre todo en niños de entre 2 y 3 años. Muchas veces la llegada es espontánea y otras tantas, derivados por la escuela. ¿Cómo se sienten los padres y cómo ayudar a los niños?
La impotencia es una de las consecuencias más evidentes dentro del plano familiar. Los padres no saben bien cómo acompañar a su hijo y se desesperan al no poder transmitir eficazmente que no se debe pegar. Los adultos llegan a sentir que el vínculo se está resquebrajando.
Las consecuencias en los escolar va desde los llamados de atención de parte de los docentes y directivos y por otro, las dificultades en lo social: sus compañeros dejan de jugar con ellos, los apartan, los padres de sus compañeros impiden que sus hijos inviten a esos niños a sus casas y otras variantes que afectan al niño tanto en lo social como en lo emocional.
Los padres de los niños que muerden o pegan tampoco lo pasan bien. Cada vez que se acercan al jardín a retirarlos se encuentran con la maestra contándoles lo mal que se portan, o alguna “mala nota” en su cuaderno. En ocasiones son apartados por otros padres que les señalan lo que está sucediendo. Y así, entre quejas y malestares llegan a la consulta.
¿Qué es lo que puede estar sucedeciéndole a los niños "pegadores"?
En principio podemos pensar que se trata de niños que aún no aprendieron a frenar sus impulsos, a tramitar sus sentimientos de enojo e ira por medio de la palabra, y por lo tanto lo exponen corporalmente.
Por este motivo, se presenta más frecuentemente en niños que aún no tienen un desarrollo muy avanzado del lenguaje. Al no poder transmitir con cierta exactitud lo que sienten, lo que necesitan, el mensaje se acota a la manifestación impulsiva del golpe o sus variantes: mordeduras, empujones, y otras.
¿Cómo podemos ayudarlos en casa y en la escuela?
En primer lugar uno de los objetivos paralelos es favorecer el desarrollo más florido del lenguaje. Para ello es esperable que tanto los padres como los maestros le presenten obstáculos y desafíos para que deseen ir por más en ese campo. Por ejemplo: si frente a su necesidad de beber agua, señala la botella y con esa acción logra que se la brindemos, no estaremos motivando a que use sus palabras, amplíe vocabulario, construya frases con contenido. En ese caso, podemos alojar su pedido pero devolvérselo con una pregunta: ¿qué necesitás? O más ayuda aún: ¿querés agua? Repetí conmigo AGUA. Y así, cada vez.
Otra buena manera de acompañarlo es prestándole nuestras palabras para invitarlo a tomarlas, hacerlas suyas y luego ir por más. Esto es, ofrecerle una traducción de lo que le puede estar pasando: ¿Estás enojado?, ¿te molestó lo que dijo tu compañero? No pegues, decile que no te gusta. Otro ejemplo.
En estos casos además es sugerible que el niño realice alguna actividad física de descarga: escuelita de fútbol, natación, danza, gimnasia deportiva, otras. Hay un porcentaje de niños que lo que están necesitando es que el cuerpo pueda liberar tensiones corporalmente pero de una manera socialmente aceptable, en una actividad preparada con objetivos y contención adulta. Esto genera otro vínculo más ajustado con su cuerpo, según la disciplina elegida de transmisión de respeto y propone un ámbito en el que el cuerpo puede soltarse.
Por último y no por eso menos importante, podemos ofrecerle un espacio terapéutico en el que pueda, mediante la palabra, el dibujo y el juego, trabajar las emociones que no está pudiendo acotar, y encontrar nuevas maneras de manifestarlas, así como entrever si se trata de otro tipo de mensaje en general orientado a sus padres. Situaciones singulares del caso por caso que no podemos generalizar en este medio.
Es importante no saltearse la consulta profesional a tiempo, ya que es más sencillo despejar aquellas modalidades vinculares, comunicacionales en sus orígenes, que luego cuando ya están consolidadas.
Lic Marisa Russomando
Si querés contactarte con la profesional, podés escribirle a Info@marisarussomando.com.ar o llamarla al tel: 011-4553-7564