Familia
Ser Mujer

Columna de Paola Delbosco

La atención, abrir los ojos al mundo

La primera respuesta humana que da un bebé es una sonrisa, que quiere decir que se alegra de encontrarse con alguien como él. El mundo le interesa porque en él hay personas. A partir de ese momento comienza la gran aventura de la conquista del mundo en todos sus aspectos y que entrará por los ojos, la boca, las manos, los oídos y el corazón.

Cuando el bebé empieza a conectarse con el mundo (y ese mundo, al comienzo, es concretamente el rostro de su madre) la primera respuesta que le devuelve es una sonrisa. Esa sonrisa quiere decir muchas cosas, pero la más simple de todas es que se alegra de encontrarse con alguien como él. Su atención al mundo ha tenido así su primer éxito: el mundo es interesante porque en él hay personas. Ese primer ejercicio de reconocimiento no podría efectuarse si no hubiese un misterioso orden detrás de estas experiencias iniciales, algo así como un “plan” que regula ese primer reconocimiento de una manera que todavía no podemos entender, pues el bebé reconoce a la persona sin que haya habido antes un verdadero conocimiento. 

Esa conexión con la realidad humana resulta muy estimulante también para la madre y para el padre, que en la sonrisa de su hijo o hija perciben por primera vez la respuesta a su amor incondicional. La atención de los adultos hacia el pequeño se ve justificada por la apertura del pequeño al mundo. A partir de ese momento comienza la gran aventura de la “conquista del mundo” en todos sus rincones y en todos sus aspectos, un mundo que entrará por los ojos, por la boca, las manos, los oídos y el corazón. 

La mirada amorosa de los padres será el mejor vehículo hacia la realidad externa y su presencia atenta, la mejor garantía para explorar lo desconocido. Esto de estar atentos es probablemente una de las más importantes tareas de los padres, y es una buena oportunidad para reencontrarse con los más dispares objetos, vivientes y no, porque el mundo se presenta de nuevo a los adultos completamente renovado por el asombro de los hijos. Estar atentos es redescubrir la importancia de la realidad; estar atentos es decidir salir de nosotros mismos para permitir el encuentro con los otros, que aparecen en su particularidad y amplían nuestra capacidad de comprensión. No podría haber verdadero crecimiento de la original personalidad de alguien, si el que lo acompaña en ese crecimiento no descubre en el otro, gracias a una paciente atención, los costados más valiosos y más propios de su modo de ser. 

El adulto que educa debe desarrollar en sí la capacidad de conectarse con el ser del otro, diríamos con su mismo “centro” , para fomentar desde allí un desplegarse armonioso de todos los diferentes aspectos de la persona. A su vez, sólo al que es capaz de hacer callar sus expectativas y sus designios respecto del otro, es decir, sólo al que es capaz de verdadera atención, le está permitido alcanzar ese centro para comunicarse con la otra persona de la única auténtica manera. Una vez entendida la importancia de una actitud atenta como condición para el encuentro con el otro, es indispensable tener presente también que la atención verdadera empieza siempre con un cierto silencio, pues allí aparece lo valioso. 

Esto puede ilustrarse con un ejemplo: cuando uno sube a una montaña y ve el extraordinario panorama conquistado con esfuerzo, lo único adecuado frente a esa maravilla es hacer silencio, porque lo maravilloso nos hace enmudecer. De una manera parecida, frente a un niño o a una niña también nos sentimos deslumbrados, por lo milagroso de su presencia entre nosotros, y eso desencadena una infinidad de sentimientos en nuestro interior que difícilmente se pueden traducir en palabras. A partir de ahí el mundo adquiere un nuevo centro de atención: él o ella...Todo lo referido a ellos es para nosotros importantísimo, y es un estímulo adicional para estar atentos.

La palabra atención significa etimológicamente “tender hacia”, y este sentido deja entrever que aquello hacia lo cual uno tiende debe ser algo que justifique tal tendencia, es decir, algo que vale la pena. La atención implica siempre la capacidad de descubrir el valor del otro, y si bien esta actitud necesita de una saludable humildad por parte del que descubre, porque no cree tener en él todo lo bueno, también es un excelente camino para el enriquecimiento interior. De hecho, para el que está atento, la realidad se manifiesta como llena de matices y de elementos valiosos, cada uno a su manera y todos ellos interesantes en sus diferencias. 

Si la condición inicial de la atención es esta humildad que nos permite hacerles lugar en nuestro mundo también a los demás, entendemos por qué la atención empieza con el silencio, pues en el medio del ruido -de cualquier tipo- no es posible discernir con claridad lo nuestro de lo ajeno, lo impuesto de lo auténtico, lo indiferente de lo valioso. Hasta en cuestiones prácticas la atención es eficaz cuando hay cierto silencio. Pensemos, por ejemplo, lo que sucede cuando un bebé llora, sobre todo en los primeros tiempos de su presencia entre nosotros. 

Frecuentemente hay un ejército de bienintencionados parientes que tratan de sugerir interpretaciones al llanto: “Para mí tiene frío. No, ponelo boca abajo. Este niño necesita comer. Seguro que le duele la barriguita. ¿Por qué no le hacés masajes despacito, así? Dámelo a mí, que yo de esto sé mucho..” , y otras propuestas similares. El resultado es una gran confusión, y es imposible prestarle de verdad atención a lo que el bebé está tratando de comunicarnos por ese único medio vocal. Si en cambio nos concentramos en él, sin distracciones, será posible entenderlo empáticamente.

De todos modos, la atención es mucho más que estar disponibles para las necesidades de alguien; la atención bien podría definirse como una actitud fundamental ante la vida, pues el que está atento sabe que el mundo vale la pena, que los demás valen la pena, y que él mismo también es valioso. Si el destino del ser humano es el amor -tanto la capacidad de amar como la de ser amado- esta percepción atenta a lo que vale es la condición más apropiada para una vida plena. 

María Paola Scarinci de Delbosco

cargando

cargando comentarios