... Momento de expectativas y alegría, pero también de nervios y ansiedad. La mejor manera de vivirlo es sabiendo con anticipación qué espera a la mamá en ese gran día.
Con toda la vitalidad de sus veintitrés años, Dolores se levantó esa mañana decidida a elegir la tela de las cortinas del cuarto de su hija. Estaba entrando en el octavo mes y calculó que si la compraba ese día, podría tenerlas listas para el esperado momento del nacimiento. Se trepó al colectivo y, acompañada por una amiga, partió hacia el negocio. Estaba el medio de la decisión, cuando sintió –de manera casi imperceptible– sensación de mojado. No le prestó atención, terminó su compra y otro colectivo la llevó hasta su casa. Unas horas más tarde, conversando por teléfono, le comentó a su madre la sensación de esa mañana. “Ay, Dolo… ¿por qué no vas a ver al médico?”, le dijo ella, madre de cuatro. Las palabras le quedaron resonando y, cuando volvió a su casa Lucas, su marido, decidieron ir a la clínica “por las dudas”. Dos horas más tarde nacía Juana.
En el caso de esta primeriza, el momento del parto llegó sorpresivamente: ante la ruptura de la bolsa y una ecografía que mostraba al bebé sentado, decidieron hacerle cesárea.
Sin embargo, cuando el embarazo llega a su término y el parto es normal, el cuerpo se va preparando y da señales de que el gran momento se acerca. Alrededor de dos meses antes, es común experimentar una sensación de endurecimiento abdominal, las llamadas “contracciones de Braxton Hicks”. Ocurren porque en esa etapa el cuerpo deja de producir la progesterona, hormona que impide que el útero de contraiga. Estas contracciones (que se presentan muy espaciadamente y casi sin dolor) tienen la función de ir preparando el cuello del útero.
Los días previos al parto, ocurre el desprendimiento de tapón mucoso: esa sustancia viscosa que aislaba al útero del exterior e impedía la entrada de cualquier agente infeccioso. El desprendimiento puede presentar unas gotas de sangre.
Finalmente, llegan las famosas contracciones de parto, que en un primer momento se manifiestan con endurecimiento abdominal y molestias en las caderas y la espalda (algunas mujeres lo comparan con el dolor menstrual). Cuando su frecuencia es de 10 minutos y llegan a producirse hasta 18 en una hora, con una dilatación de tres centímetros, ha comenzado el trabajo de parto en su fase latente. Aún no es necesaria la internación y pequeñas caminatas pueden aliviar los dolores. La fase activa –entre tres y diez centímetros de dilatación– requiere de vigilancia médica. Las contracciones uterinas son regulares, progresivas y cada vez más intensas y cercanas entre sí.
Durante los últimos momentos se produce la ruptura de bolsa, aunque en 1 de cada 10 mujeres ocurre antes (¡señal de partir hacia la clínica!).
Para evitar que la madre se canse innecesariamente, sólo debe pujar con dilatación de 10 centímetros, cabeza del bebé encajada y bajo la supervisión del profesional. La episiotomía es una incisión que se realiza en el periné para aumentar el diámetro del canal de parto e impedir que la cabeza del bebé desgarre los tejidos, aunque no todos los médicos apoyan la tendencia actual de evitarla.
Entre que se inician las contracciones y nace el bebé y se expulsa la placenta, habitualmente pasan alrededor de ocho horas en las primerizas y entre cinco y seis en quienes ya han tenido bebés.
Finalmente, cumplidos todos estos procesos, llega el momento de conocer a esa personita tan esperada. ¿Es morocho como el papá o rubio como la mamá? ¿Parecido al hermano mayor o totalmente distinto? De cualquier manera, en los brazos de sus papás, es el más lindo del mundo. Y ahí comienza la verdadera aventura.
Nota supervisada por el Equipo Médico de Mamashelp.