24 de diciembre. La familia Beltrán está reunida en torno al gran árbol de Navidad. De pronto se escucha una fuerte risotada y, por la puerta de calle, aparece una muy buena imitación de Papá Noel, a cargo del tío Miguel. Toda la familia se da vuelta para no perderse la cara de la primera y única nieta –Candelaria, de 2 años y medio– que, entretenida con un juguete, levanta la vista. Los que esperaban sonrisas se encuentran primero con una cara de curiosidad, después sorpresa y finalmente confusión, duda y temor. Al instante se desata el berrinche. “Papá Noel” le ofrece caramelos, ensaya muecas simpáticas, le muestra los regalos, pero no hay caso: aferrada a su mamá, Candelaria esconde su carita sin parar de llorar.
Lo de esta pequeña no es ausencia de espíritu navideño, sino una fobia. Aunque no es la más común, la fobia a las personas disfrazadas es frecuente en la primera infancia. Las más habituales son las fobias a los animales (especialmente perros y "bichos") y a los fenómenos o factores ambientales como las tormentas, los precipicios o el agua. Más adelante, en la infancia tardía, suelen aparecer la fobia escolar, el trastorno de pánico y la ansiedad de separación.
¿Cómo diferenciar un miedo de una fobia? Los especialistas del Centro de Investigaciones Médicas en Ansiedad explican: “Existen miedos normales a los que se denomina evolutivos, ya que forman parte del desarrollo psicológico sano del niño. Son expresión de su proceso de maduración emocional, social e intelectual, y van quedando atrás al superarse cada etapa. Cuando, por el contrario, estos temores evolucionan de modo diferente, ya sea por una excesiva persistencia en el tiempo, por su intensidad, o por las situaciones a las que se asocian, es posible que resulten patológicos y que pasen a formar parte o a desencadenar un trastorno de ansiedad”. Así, no es raro que un niño de 2 años tenga miedo a los animales grandes, pero sí hay que prestar atención cuando, por ejemplo, se niega a ir a la plaza por miedo a cruzarse con los perros que pasean allí. Sólo en estos casos –cuando los temores dan lugar a un deterioro significativo de las actividades del niño– puede asegurarse el diagnóstico de fobia específica.
Los niños enfrentados al objeto de su fobia reaccionan con llanto y berrinches, buscan inmediatamente a su mamá para abrazarla, o incluso pueden quedarse paralizados. No suelen reconocer que sus miedos son irracionales o excesivos, ni expresar malestar por su fobia.
En cuanto al origen de las fobias, está comprobado que las mujeres tienen mayor predisposición a padecerlas: por ejemplo, representan entre el 75 y el 90% de quienes padecen fobia animal o ambiental. También son factores de predisposición los acontecimientos traumáticos, como el ser atacado por un animal, y la desmesurada transmisión de informaciones. Por ejemplo, repetidas advertencias de los padres sobre los peligros de ciertos animales.
Frente a los síntomas de fobia en sus hijos pequeños, los padres deben reaccionar con prudencia: no desestimar ni exagerar el problema. Es importante que consulten el tema con el pediatra, quien les recomendará cómo lidiar con el tema en casa o –si es necesario– recomendará una consulta psicológica. Afortunadamente, está comprobado que las fobias que surgen en la infancia desaparecen con el tiempo y raramente se mantienen en la adultez.
Nota supervisada por el Equipo Médico de Mamashelp.