Se llamaba Pepino. Era un personajito oscuro e inmóvil que aparecía todas las noches, cuando se apagaba la luz para ir a dormir. No hacía nada, pero igual asustaba. A la mañana siguiente, cuando la luz devolvía al cuarto su apariencia normal, se esfumaba sin dejar rastros. Rosario entonces tenía poco más de dos años y durante meses vio a este monigote arriba de la cómoda de su cuarto. Así jugaba su imaginación frente al miedo a la oscuridad, por el que pasan casi todos los chicos a partir de los dos años.
“Un chico que no tiene miedo es un chico con el que hay que tener cuidador”, afirma la licenciada Claudia Novillo, especialista en Crianza y Adopción del Centro Gestando. Es que el miedo es una respuesta emocionalmente normal y necesaria, es “una alarma psicológica que anticipa una situación peligrosa y pone en marcha mecanismos para evitarla”.
Los miedos más comunes de los niños entre dos y tres años
Los temores más habituales entre los dos y los tres años son el miedo a la oscuridad, a los ruidos fuertes, a la separación de los papás, a las heridas y los accidentes, a ser abandonados, a los extraños, a los animales y a los seres imaginarios. “Los miedos son muy variados. La mayoría son pasajeros, propios de la edad y saludables. Desaparecen solos, sin necesitar tratamiento, con la maduración del chico. La superación de los miedos es una adquisición lenta pero sin pausa”, explica la especialista.
Lo mejor que pueden hacer los padres es entender que es algo normal y que pasará, escuchando y acompañando a sus hijos en ello. Además, los adultos tienen un papel crucial en el origen de los miedos. “El miedo es el resultado de un proceso emocional, de las pautas educativas y del contagio –afirma-. Así, una mamá que ante cada perro que se cruza le repite a su hijo ‘tené cuidado que te va a morder’ le está sembrando un miedo.”
Amigos de la oscuridad
Todos los chicos tienen que enfrentarse a la oscuridad cuando se van a dormir. Es un miedo típico que se inicia a los dos años. “Está asociado con el temor a estar solo, a ser abandonado, a que se vayan los papás. Además, el momento de ir a dormir es crítico porque marca el fin de las actividades placenteras del día”, explica la licenciada Novillo. Hay muchas maneras de hacer más agradable el momento de transición entre el día y la noche. Diez o veinte minutos de juego tranquilo –como armar un rompecabezas o construir con bloques- ayudan a bajar el tono para ir a dormir.
Se pueden inventar juegos especiales con linternas o de esconderse dentro de las sábanas. Otro muy bueno es la “búsqueda del tesoro”. Con la luz apagada y la puerta semicerrada, el adulto –los padres o hermanos mayores– esconde un juguete dentro del cuarto y el chico tiene que buscarlo; y después se invierten papeles. Al principio el juguete está accesible y cerca de la puerta, pero a medida que avanza el juego se va escondiendo más. Son todas “estrategias para enfrentarse a lo temido desde un lugar lúdico”.
Del miedo a la fobia
Así como el miedo es una reacción saludable, su contracara desadaptativa es la fobia. “Para hablar de fobias es necesario tener en cuenta la edad del chico, el tiempo de duración, la desproporción del miedo y la intensidad de la respuesta”, detalla la licenciada Novillo.
Así, se puede hablar verdaderamente de fobia cuando, ante un objeto inocuo, el chico reacciona de manera exagerada, con manifestaciones físicas como el malestar, el dolor de cabeza o las náuseas. Esto además tiene que durar al menos seis meses y convertirse en algo que repercute en el estilo de vida del chico. En este caso, los padres deben consultar al pediatra, quien indicará la manera de lidiar con ella en casa o derivará a otro especialista. Afortunadamente, está comprobado que, por lo general, las fobias que surgen en la infancia desaparecen con el tiempo y raramente se mantienen en la adultez.
El término fobia se utiliza frecuentemente para designar reacciones que en realidad no lo son. “Tiene fobia a pisar descalza el pasto”, dice una mamá al ver que su hija de tres años sistemáticamente se niega a caminar por el césped sin zapatillas. “En realidad no es una fobia, sino una respuesta saludable y muy adaptativa. Si te ponés a pensar, caminar descalzo en el pasto puede ser bastante agresivo, sobre todo para los chiquitos, que no se fijan en donde pisan. Si es una respuesta congruente con la situación, no hay por qué temer”, tranquiliza la especialista. Tampoco son fobias las reacciones frente a un recuerdo traumático. Por ejemplo, es lógico que un chico que se quemó con agua hirviendo no quiera bañarse durante un tiempo. Dentro de su situación de vida, es una respuesta esperable.
Los miedos existen siempre, son saludables y pasajeros. Es tarea de los padres entender esto y –desde la escucha y el juego- acompañar a sus hijos en este tránsito.