Los años de jardín de infantes no son sólo una etapa muy rica para la estimulación del juego y del desarrollo de los chicos en todas las áreas. Además, constituyen un momento más que oportuno para detectar dificultades en el aprendizaje, corregirlas y evitar que esos problemas se “arrastren” hasta la escuela primaria.
En esta tarea, lo fundamental es observar a los chicos de cerca y estar alerta a actitudes y comportamientos que resulten llamativos y puedan ser motivo de consulta. Ese trabajo de observación es, en gran medida, responsabilidad de la maestra y de los directivos del jardín de infantes. Sin embargo, los padres también deben estar atentos a esas dificultades desde la casa. Existen muchas “señales” que ellos pueden advertir, sólo por el hecho de conocer a los chicos mejor que nadie.
“Es importante empezar a poner la mirada en lo específico de lo cotidiano para conocer acerca de sus comportamientos y de su desarrollo madurativo”, sostiene la psicopedagoga María Fernanda Niño. Dentro de esa cotidianeidad, un buen punto de partida es asegurarse de que los chicos gocen del pleno funcionamiento de sus sentidos. “Si un chico parece distraído, puede tratarse tan solo de una dificultad de audición, y no necesariamente de un problema de aprendizaje”, señala la especialista a modo de ejemplo.
Una vez descartados los factores fisiológicos mediante una consulta con un pediatra, existen algunos señales que sí pueden ser disparadoras de dificultades en el aprendizaje a los 4 o 5 años. Algunas de las que menciona la psicopedagoga son:
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Que se muestren demasiado inquietos, ansiosos o desesperados por hacer varias cosas al mismo tiempo.
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Que no controlen su cuerpo y se muestren torpes. La “explosión motora” es propia de los 2 o 3 años, pero a medida que los chicos crecen deben poder dominar sus movimientos y lograr que el cuerpo cobre una significación en el espacio.
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Que no hablen con un lenguaje comprensible para cualquier adulto (no sólo para los padres), siendo incapaces de armar frases con sentido que sean utilizadas en el momento adecuado.
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Que asuman una actitud demasiado rígida en el juego y no “pongan el cuerpo” en la actividad.
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Que se muestren apáticos o demasiado inhibidos.
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Que no logren integrarse con sus pares, ni compartir el juego.
Es importante aclarar, no obstante, que los síntomas son propios de cada chico y que es necesario evaluar cada caso para determinar si existe una dificultad o no. Muchas veces, puede tratarse de una disparidad madurativa y no de un problema real de aprendizaje.
En caso de que los padres adviertan una anomalía, se recomienda acudir en primera instancia al pediatra de cabecera. “La relación más mediata que tienen los padres es con el pediatra. Es el profesional con quien han recorrido el camino de su hijo desde el nacimiento y en quien depositan mayor confianza. Debería ser el primer consultado y el responsable de derivar el caso a algún otro especialista pertinente”, sugiere la psicopedagoga Marina Croceri.
A su vez, es importante el diálogo con la maestra y los directivos del jardín de infantes. Es bueno que los padres conversen periódicamente con ellos y no se limiten a las reuniones esporádicas que ofrece formalmente la institución. El intercambio de impresiones acerca del chico es necesario.